LA HISTORIA DEL ABUELO
Llovía. Las gotas, agarradas al cristal de la ventana, se resistían, pero el temporal las empujaba en un competir sinuoso.
El fulgor del relámpago asustó la noche. Y un tronar largo se arrastró por el techo de la casa. Por un momento el mundo pareció más grande de lo que habitualmente se piensa. Hasta otros seres, otras caras, podrían ser posibles. Por eso me tranquilizó la voz familiar que pronunció mi nombre. El abuelo modulaba la voz siempre que se acercaba para convertirme en cómplice de su historia. Y comenzó así:
Al nacer tu padre yo me encontraba lejos. Vine del oeste, pero debido a mi profesión de cartero fui destinado a petición propia en varias provincias. Así paré en el norte, donde nació tu padre, donde tú naciste, donde mañana seguro que nacerá tu hijo.
De todos los oficios, el de ser padre es el más arduo, porque el fruto de ese trabajo, como en este caso, no fue degustado. Tu padre te educó, se sacrificó por cuidarte y proporcionarte los medios para tu desarrollo. Y de todo ello, lo más grandioso es que estuvo y sigue estando a tu lado.
Yo no conocí a tu padre. Tu abuela sufrió lo indecible para sacar adelante a aquel niño diferente. Diferente porque tu abuela era viuda y era una mujer en la copa de la vida. No se puede echar cerrojo a la juventud y, de hecho, llevar el pan a cinco hijos más, sin la mano recia de un hombre, no debe ser trago alegre precisamente. Y aparecí yo de por medio. aquellas ganas de madre me vencieron y, a cambio, me aproveché de aquellas ganas de mujer.
Te lo confieso: tu padre es el fruto de aquel árbol olvidado.
Yo desaparecí. Aquel niño no tuvo padre. Si ahora yo viviese tendría ciento ocho años. Me volví al oeste, de donde partí, no sin antes haber recorrido alguna que otra provincia más a caballo de mi trabajo de cartería. Siempre repartiendo cartas... y ni una sola carta, sin embargo, llegó a la casa de aquel niño, tu padre.
Otro trueno se perdió de la mano de estas últimas palabras, que resonaron en mí con un eco sordo, como si hubieran estado allí suspendidas desde siempre, esperando un rostro que nunca existió. El abuelo no estaba allí, nunca lo estuvo...
...Me atrevo a comprender, abuelo, lo que nunca fue. Me atrevo a entender los motivos de tu huída, de tus miedos para hacer frente a una responsabilidad no meditada desde un principio, del qué dirán, de la familia que dejaste, quizás, abandonada también en tu tierra... Eterno huir. Siempre pasajero, siempre la misma carta repetida. Semilla de infinita desilusión en una infancia plena, como la tuya, igual que la mía, como la que desearías para un niño nuevo. No te pregunto por qué. No me duele: tan sólo por la parte que a mi padre concierne me atrevo a prometer que nunca dejaré de estar al lado de mi hijo, al lado de mi padre... Cuando cese la lluvia me acercaré al pueblo, a visitar el prado aquel donde se yerguen, altivos y dignos, los árboles... Vigilaré sus ramas y sus frutos, para que no se tuerzan desde pequeños. Que solo el viento de otoño se lleve las hojas de su tributo y así se cumpla lo que tenga que ser. Y esperaré la nueva primavera junto a ellos, al lado de cada árbol... No saldrá de ellos la pasta donde se escriba una historia igual !
El fulgor del relámpago asustó la noche. Y un tronar largo se arrastró por el techo de la casa. Por un momento el mundo pareció más grande de lo que habitualmente se piensa. Hasta otros seres, otras caras, podrían ser posibles. Por eso me tranquilizó la voz familiar que pronunció mi nombre. El abuelo modulaba la voz siempre que se acercaba para convertirme en cómplice de su historia. Y comenzó así:
Al nacer tu padre yo me encontraba lejos. Vine del oeste, pero debido a mi profesión de cartero fui destinado a petición propia en varias provincias. Así paré en el norte, donde nació tu padre, donde tú naciste, donde mañana seguro que nacerá tu hijo.
De todos los oficios, el de ser padre es el más arduo, porque el fruto de ese trabajo, como en este caso, no fue degustado. Tu padre te educó, se sacrificó por cuidarte y proporcionarte los medios para tu desarrollo. Y de todo ello, lo más grandioso es que estuvo y sigue estando a tu lado.
Yo no conocí a tu padre. Tu abuela sufrió lo indecible para sacar adelante a aquel niño diferente. Diferente porque tu abuela era viuda y era una mujer en la copa de la vida. No se puede echar cerrojo a la juventud y, de hecho, llevar el pan a cinco hijos más, sin la mano recia de un hombre, no debe ser trago alegre precisamente. Y aparecí yo de por medio. aquellas ganas de madre me vencieron y, a cambio, me aproveché de aquellas ganas de mujer.
Te lo confieso: tu padre es el fruto de aquel árbol olvidado.
Yo desaparecí. Aquel niño no tuvo padre. Si ahora yo viviese tendría ciento ocho años. Me volví al oeste, de donde partí, no sin antes haber recorrido alguna que otra provincia más a caballo de mi trabajo de cartería. Siempre repartiendo cartas... y ni una sola carta, sin embargo, llegó a la casa de aquel niño, tu padre.
Otro trueno se perdió de la mano de estas últimas palabras, que resonaron en mí con un eco sordo, como si hubieran estado allí suspendidas desde siempre, esperando un rostro que nunca existió. El abuelo no estaba allí, nunca lo estuvo...
...Me atrevo a comprender, abuelo, lo que nunca fue. Me atrevo a entender los motivos de tu huída, de tus miedos para hacer frente a una responsabilidad no meditada desde un principio, del qué dirán, de la familia que dejaste, quizás, abandonada también en tu tierra... Eterno huir. Siempre pasajero, siempre la misma carta repetida. Semilla de infinita desilusión en una infancia plena, como la tuya, igual que la mía, como la que desearías para un niño nuevo. No te pregunto por qué. No me duele: tan sólo por la parte que a mi padre concierne me atrevo a prometer que nunca dejaré de estar al lado de mi hijo, al lado de mi padre... Cuando cese la lluvia me acercaré al pueblo, a visitar el prado aquel donde se yerguen, altivos y dignos, los árboles... Vigilaré sus ramas y sus frutos, para que no se tuerzan desde pequeños. Que solo el viento de otoño se lleve las hojas de su tributo y así se cumpla lo que tenga que ser. Y esperaré la nueva primavera junto a ellos, al lado de cada árbol... No saldrá de ellos la pasta donde se escriba una historia igual !
*"Es Una Colección de Cuadernos Con Corazón", © Luis Tamargo.-
http://leetamargo.mybesthost.com/lahistoriadela.htm
21 comentarios
LeeTamargo -
GRACIAS, AMIGA: LeeTamargo.-
lunaaaaa -
LeeTamargo -
SALUDOS, AMIGA:
LeeTamargo.-
muralla -
¡Cuánto cuesta algunas veces ser padres y qué difícil es también ser un buen hijo!
Besos. Muralla.
LeeTamargo -
OK, GRACIAS A TI:
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
GRACIAS, AMIGA: LeeTamargo.-
_Mary_ -
Hoy, a estas horas no puedo entrar a votar por tus espacios, no está disponible la página, veré más tarde.
Siempre te he llamado Luis, por tu nombre, y al encabezar la lista de comentarios todos han evitado poner Lee, espero no haya problemas querido amigo.
Saluditos desde México.
_Mary_ -
Feliz fin de semana, que lo disfrutes mucho.
Saludos desde México.
mirada -
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
ME ALEGRO: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
GRACIAS A TI:
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
¡Ya sabes que eres bienvenida! OK, GRACIAS:
LeeTamargo.-
Brisa -
(r)Agua -
Breveintenso -
odyseo -
Unda -
Precioso, un beso
_Mary_ -
Como siempre, muy interesante todo lo que escribes y describes.
Las sabias palabras del abuelo a un nieto, desde otra dimensión. Yo no conocí a ninguno de mis abuelos, solo a las abuelas.
Hay mucho que leer por aquí, ya lo haré en un tiempito.
Seguimos en la votación ¡¡Mucha suerte!!
Saludos desde México, querido amigo.