EL LAZO EN LA CAÑA
Margari Noiz destacó siempre, incluso desde niña, su madre se encargó de ensalzar con una enorme lazada blanca su negra cabellera no bien hubo tenido la suficiente cantidad para recogérselo arriba y, después, a ambos lados en dos pobladas y hermosas coletas. De entre todos, era inconfundible y reconocible por sus cuidados lazos blancos de adolescente que siguieron acompañándole en sus años de juventud, realzando su figura esbelta que tan elegantemente contoneaba. Así, Margari creció en el seno de una familia también destacada, sino adinerada al menos distinguida por la riqueza que su padre, capataz de la antigua plantación de bambú, supo recolectar a base de esfuerzo y continuada dedicación.
Sin embargo, son los caminos del amor insospechados desde sus comienzos y, así, la joven vino a enamorarse del muchacho aquel que trabajaba en el cañaveral, junto a la gran playa, de aspecto tosco, semisalvaje, rudo y ágil, pero de suave tez oscura y profundos ojos de miel. Nunca se olvida la primera vez. Margari entró en la plantación, al caer la tarde, siguiendo las huellas de terciopelo del bello muchacho que la llevaba de la mano. Entre las cabañas, en la de los aperos, allí, él fue desnudándola con calma Tan solo la dejó vestida con aquel gran lazo blanco que ceñía la larga melena de lacio cabello negro que resbalaba por su espalda, para amarla. Margari conoció el sabor cálido de la piel amada y, así, estremecida en temblor de tiernas caricias, se durmió entre sus brazos, abrazada al salvaje amor, al único capaz de haber conquistado sin rendición su corazón temprano. En ese mismo candor de los cuerpos recién estrenados al amor fue donde se despertó al impresionante espectáculo que se extendía ante sus ojos Toda la orilla de la playa estaba sembrada de cañas de bambú y, cada una, con un lazo blanco que el viento hacía ondear en armoniosa danza. El regalo de amor que aquel muchacho le dedicó siempre lo recordaría, incluso más tarde, después de que su primer amor marchara y desapareciera para siempre.
También alcanzó la pintora Margari Noiz un lugar destacado en el correr de los años. La firma de la artista adquirió prestigio y renombre; paseó sus obras por variadas y diversas galerías a lo largo de medio mundo. No obstante, regresó a la playa, prefirió escoger la solitaria compañía de aquella orilla que tantos recuerdos entrañables escondía para ella. Allí erigió su casa, a pie de playa, y desde el porche de su amplia terraza, cuyos pilares descansaban en la misma arena que pisó de pequeña, podía contemplar y entablar estrecha comunión con su playa de ensueños. Sobre todo ahora, cuando se apunta el final para dejar adivinarse, cuando había dejado a un lado los pinceles, debido a una artritis degenerativa que le impedía sostener otro objeto que no fuera el bastón de bambú sobre el que torpemente se apoyaba para moverse. No perdonaba, sin embargo, su paseo marítimo al borde de las olas, aunque tanta playa ahora le sobraba para recorrer en toda su extensión sino con la memoria.
Esta mañana, sin embargo, Margari se ha tropezado en la orilla con una viva sorpresa, un reaparecido recuerdo que, asustada, le ha sobrecogido hasta conseguir inquietarle Clavada en la arena de la orilla y bañada por las últimas olas moribundas, una caña de bambú, enhiesta y arrogante, otea el horizonte, adornada con un gran lazo blanco que la suave brisa marina vapulea Le ha parecido escuchar al viento una canción olvidada y, sin sobreponerse, ha regresado hacia el porche de su casa, aunque a duras penas, ansiosa y jadeante.
Hoy leí la noticia en la prensa y me trajo el recuerdo de la historia que mi viejo compañero de viajes me contó en una de nuestras travesías oceánicas, en los buenos tiempos, cuando la juventud navegaba con su propia vela. La foto de la recién fallecida pintora que venía en el periódico me hizo pensar que aún podía haber durado algunos años más. La encontraron sentada en el porche de su casa en la playa, con la boca y los ojos abiertos, rígida. Mi viejo amigo de correrías me aseguró haberla llegado a conocer y, no quise entonces creerle, pero me confesó incluso haberla enamorado. Recuerdo vivamente su imagen, intrépida y aventurera; él sí que fue un viajero impenitente. Me pregunto qué habrá sido de su vida ahora que los años se han ido amontonado
Doblé el periódico bajo el brazo y me incorporé del entumecido banco del jardín para regresar de vuelta al asilo. La tarde iba cayendo, implacable.
Sin embargo, son los caminos del amor insospechados desde sus comienzos y, así, la joven vino a enamorarse del muchacho aquel que trabajaba en el cañaveral, junto a la gran playa, de aspecto tosco, semisalvaje, rudo y ágil, pero de suave tez oscura y profundos ojos de miel. Nunca se olvida la primera vez. Margari entró en la plantación, al caer la tarde, siguiendo las huellas de terciopelo del bello muchacho que la llevaba de la mano. Entre las cabañas, en la de los aperos, allí, él fue desnudándola con calma Tan solo la dejó vestida con aquel gran lazo blanco que ceñía la larga melena de lacio cabello negro que resbalaba por su espalda, para amarla. Margari conoció el sabor cálido de la piel amada y, así, estremecida en temblor de tiernas caricias, se durmió entre sus brazos, abrazada al salvaje amor, al único capaz de haber conquistado sin rendición su corazón temprano. En ese mismo candor de los cuerpos recién estrenados al amor fue donde se despertó al impresionante espectáculo que se extendía ante sus ojos Toda la orilla de la playa estaba sembrada de cañas de bambú y, cada una, con un lazo blanco que el viento hacía ondear en armoniosa danza. El regalo de amor que aquel muchacho le dedicó siempre lo recordaría, incluso más tarde, después de que su primer amor marchara y desapareciera para siempre.
También alcanzó la pintora Margari Noiz un lugar destacado en el correr de los años. La firma de la artista adquirió prestigio y renombre; paseó sus obras por variadas y diversas galerías a lo largo de medio mundo. No obstante, regresó a la playa, prefirió escoger la solitaria compañía de aquella orilla que tantos recuerdos entrañables escondía para ella. Allí erigió su casa, a pie de playa, y desde el porche de su amplia terraza, cuyos pilares descansaban en la misma arena que pisó de pequeña, podía contemplar y entablar estrecha comunión con su playa de ensueños. Sobre todo ahora, cuando se apunta el final para dejar adivinarse, cuando había dejado a un lado los pinceles, debido a una artritis degenerativa que le impedía sostener otro objeto que no fuera el bastón de bambú sobre el que torpemente se apoyaba para moverse. No perdonaba, sin embargo, su paseo marítimo al borde de las olas, aunque tanta playa ahora le sobraba para recorrer en toda su extensión sino con la memoria.
Esta mañana, sin embargo, Margari se ha tropezado en la orilla con una viva sorpresa, un reaparecido recuerdo que, asustada, le ha sobrecogido hasta conseguir inquietarle Clavada en la arena de la orilla y bañada por las últimas olas moribundas, una caña de bambú, enhiesta y arrogante, otea el horizonte, adornada con un gran lazo blanco que la suave brisa marina vapulea Le ha parecido escuchar al viento una canción olvidada y, sin sobreponerse, ha regresado hacia el porche de su casa, aunque a duras penas, ansiosa y jadeante.
Hoy leí la noticia en la prensa y me trajo el recuerdo de la historia que mi viejo compañero de viajes me contó en una de nuestras travesías oceánicas, en los buenos tiempos, cuando la juventud navegaba con su propia vela. La foto de la recién fallecida pintora que venía en el periódico me hizo pensar que aún podía haber durado algunos años más. La encontraron sentada en el porche de su casa en la playa, con la boca y los ojos abiertos, rígida. Mi viejo amigo de correrías me aseguró haberla llegado a conocer y, no quise entonces creerle, pero me confesó incluso haberla enamorado. Recuerdo vivamente su imagen, intrépida y aventurera; él sí que fue un viajero impenitente. Me pregunto qué habrá sido de su vida ahora que los años se han ido amontonado
Doblé el periódico bajo el brazo y me incorporé del entumecido banco del jardín para regresar de vuelta al asilo. La tarde iba cayendo, implacable.
*"Es Una Colección de Cuadernos Con Corazón", (c) Luis Tamargo.-
http://leetamargo.mybesthost.com/lazoenla.htm
28 comentarios
LeeTamargo -
GRACIAS, AMIGA:
LeeTamargo.-
Marihose -
"Ahora que los años se han ido amontonando" me gustó, ahora pienso eso, que mis años se me amontonan y tengo que ordenarlos un poco, para ver el camino mejor, para despejar el paisaje.
Y la vida, como esa tarde, cae impacable.... pero que caiga ¿no?
Un placer leerte.
LeeTamargo -
TE SALUDO: LeeTamargo.-
juan carlos marquez -
Saludos
LeeTamargo -
OK, SALUDO: LeeTamargo.-
gabriela -
LeeTamargo -
OK, SALUDOS: LeeTamargo.-
Gabriela -
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
odyseo -
Saludos
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
TE SALUDO: LeeTamargo.-
AZUL de Blancos -
Hoy he decidido vistarte y ha sido un bonito momento. Chin-chin por tu amigo :)
Onice -
Un beso.
la hechicera de la luna -
te dejo una olita en la orilla y un besote
LeeTamargo -
GRACIAS, AMIGA:
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
TE SALUDO: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
OK, ME ALEGRO: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
Magda -
Todas las experiencias amorosas dejan una huella imborrable, sin duda...
Bello.
Corazón... -
Podrán pasar los años pero siempre querremos volver al lugar dónde hemos sido tan felices... Cómo este gran relato de ésta mujer. Que a pesar de haber triunfado en el ámbito profesional, quiso volver a sus raíces :) y mira que la naturaleza se encargaba de que su amor renaciera en esa caña de bambú adornada con ese lazo blanco, cómo el que aquél día llevaba su cabello.
Precioso relato, lo he disfrutado mucho :-)
Saludos, Lee... Que tengas una excelente semana!
;o)
noemi -
El Enigma -
Saludos
El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra
muralla -
Bicos. Muralla.
Gatito viejo -