SILENCIO EN LA JUNGLA
Se agazapó sobre la roca, adaptando la palma de los pies a las aristas rugosas. Con la cabeza hundida entre las rodillas acechó la superficie cristalina de la orilla. Cuando la sombra del pez zigzagueó entre las rocas un movimiento certero de su brazo acertó a atravesarlo. En la vara puntiaguda la pieza cobrada daba coletazos desesperados mientras el salvaje recogía de la arena otra vara con cuatro pescados más ya inertes y se alejaba de la playa en busca de la zona arbolada en la que proveerse de algunas frutas.
Aún el sol no había alcanzado su punto más elevado cuando sonó de nuevo la sirena... Al igual que en anteriores ocasiones el salvaje ya sabía lo que aquello significaba. Paralizado, escuchó atento la estridente señal para, rápido y nervioso, dirigir sus pasos montaña arriba. Desde lo alto, observó la llegada del barco y al ruidoso grupo de turistas que alborotaban la pequeña cala con sus ropajes de llamativos colores. En su mirada neblinosa se apagó el brillo que antes le había mantenido ocupado y, a rastras, se adentró en la jungla en manifiesta actitud huidiza.
Una vez en la gruta apenas dio cuenta de la pesca que obtuvo durante la jornada, preocupado por la reciente visita a la isla; le inquietaban los viajeros, aquellos extraños que cada vez con más frecuencia invadían el silencio que imperaba en la jungla. En los últimos tiempos había aprendido a valorar el significado de aquel preciado silencio. La jungla proporcionaba todo lo que podía necesitar, alimento, techo y cobijo. El no podría soportar aquellas telas que aprisionaban los cuerpos ni tampoco le hacía falta cargar con tan raros equipajes, aunque no siempre fue así...
Aquella noche durmió acosado por incesantes pesadillas que ahuyentaron la placidez del descanso. Soñó cuando, más joven, los trajes elegantes apretaban su cutis afeitado de ejecutivo prometedor. Entonces la carrera hacia la cima se adivinaba libre de obstáculos si bien no de competidores, pero la rotundidad de sus triunfos bastaba para merecer la tan disputada plaza de la Jefatura comercial. De hecho, aquel viaje en hidroavión a las islas no representaba sino un avance del premio principal al que fueron invitados los mejores profesionales seleccionados. Sus expectativas eran inmejorables y excelentes sus resultados. Las únicas nubes que enturbiaron el horizonte de aquella decisiva reunión fueron las que cubrieron el atolón durante la mañana previa al viaje de partida. Luego, a la tarde, se desencadenó una tormenta atroz que envolvió al indefenso aparato al poco de iniciar el despegue. A merced de los embravecidos elementos, el hidroavión volteó sin control hasta romperse como un juguete entre las olas que asediaban sin piedad aquel apartado conjuntos de islotes que, hasta entonces solo fueron un reclamo paradisíaco.
La tragedia superó con creces el alcance de las posibilidades con las que contaban los dispersos habitantes de aquellos tranquilos lugares. Cuando menguó el temporal y pudieron acercarse a los restos del accidente tan solo hallaron enseres inservibles hechos añicos y cadáveres diseminados por el océano. Muchas esperanzas de futuro acabaron allí sus días, incluso algún cadáver no apareció, pero no por ello las grandes empresas dejaron de crecer. También entre sueños, nadó cegado por el oleaje hasta alcanzar la costa y, extenuado, se desplomó junto a la cueva que luego iba a servirle de morada. Era un cualificado profesional y, por tanto, estaba preparado para el éxito, recorrió la geografía costera de su nueva prisión, aprendió a cazar y a pescar y comenzó a descubrir el crudo sabor de sentirse vivo. Era un superviviente.
Al día siguiente, casi con talante obsesivo, volvió a vigilar los movimientos de aquel grupo de estrambóticos turistas, contemplaba sus risas, su lenguaje, sus bailes y fiestas en la orilla de la playa. Siempre ocurría así, las excursiones duraban un fin de semana, dos días completos en los que ni cazaba ni comía, concentrado únicamente en espiar las idas y venidas de aquellos molestos visitantes, en aguardar el ansiado momento de su regreso. Aquella segunda noche tampoco fue capaz de dormir en paz, soñó con gráficas y curvas de crecimiento coloreadas según los potenciales, de acuerdo al índice de mercado, local o de área, soñó con parámetros y estadísticas comparativas que reptaban frías sobre su desnuda espalda y, cuando irrumpió el alba en la gruta, él ya estaba montaña arriba oteando las maniobras de la embarcación. Con el sonido de la sirena anunciando el fin del viaje y la hora de la partida, su mirada recobró el destello brillante que lo convertía en un fuera de serie... Entonces podía cazar y dormir, ahora podía escuchar los susurros de la jungla que con tanto mimo le albergaba y, por fin, disfrutar del verdadero silencio del triunfo...
Aún el sol no había alcanzado su punto más elevado cuando sonó de nuevo la sirena... Al igual que en anteriores ocasiones el salvaje ya sabía lo que aquello significaba. Paralizado, escuchó atento la estridente señal para, rápido y nervioso, dirigir sus pasos montaña arriba. Desde lo alto, observó la llegada del barco y al ruidoso grupo de turistas que alborotaban la pequeña cala con sus ropajes de llamativos colores. En su mirada neblinosa se apagó el brillo que antes le había mantenido ocupado y, a rastras, se adentró en la jungla en manifiesta actitud huidiza.
Una vez en la gruta apenas dio cuenta de la pesca que obtuvo durante la jornada, preocupado por la reciente visita a la isla; le inquietaban los viajeros, aquellos extraños que cada vez con más frecuencia invadían el silencio que imperaba en la jungla. En los últimos tiempos había aprendido a valorar el significado de aquel preciado silencio. La jungla proporcionaba todo lo que podía necesitar, alimento, techo y cobijo. El no podría soportar aquellas telas que aprisionaban los cuerpos ni tampoco le hacía falta cargar con tan raros equipajes, aunque no siempre fue así...
Aquella noche durmió acosado por incesantes pesadillas que ahuyentaron la placidez del descanso. Soñó cuando, más joven, los trajes elegantes apretaban su cutis afeitado de ejecutivo prometedor. Entonces la carrera hacia la cima se adivinaba libre de obstáculos si bien no de competidores, pero la rotundidad de sus triunfos bastaba para merecer la tan disputada plaza de la Jefatura comercial. De hecho, aquel viaje en hidroavión a las islas no representaba sino un avance del premio principal al que fueron invitados los mejores profesionales seleccionados. Sus expectativas eran inmejorables y excelentes sus resultados. Las únicas nubes que enturbiaron el horizonte de aquella decisiva reunión fueron las que cubrieron el atolón durante la mañana previa al viaje de partida. Luego, a la tarde, se desencadenó una tormenta atroz que envolvió al indefenso aparato al poco de iniciar el despegue. A merced de los embravecidos elementos, el hidroavión volteó sin control hasta romperse como un juguete entre las olas que asediaban sin piedad aquel apartado conjuntos de islotes que, hasta entonces solo fueron un reclamo paradisíaco.
La tragedia superó con creces el alcance de las posibilidades con las que contaban los dispersos habitantes de aquellos tranquilos lugares. Cuando menguó el temporal y pudieron acercarse a los restos del accidente tan solo hallaron enseres inservibles hechos añicos y cadáveres diseminados por el océano. Muchas esperanzas de futuro acabaron allí sus días, incluso algún cadáver no apareció, pero no por ello las grandes empresas dejaron de crecer. También entre sueños, nadó cegado por el oleaje hasta alcanzar la costa y, extenuado, se desplomó junto a la cueva que luego iba a servirle de morada. Era un cualificado profesional y, por tanto, estaba preparado para el éxito, recorrió la geografía costera de su nueva prisión, aprendió a cazar y a pescar y comenzó a descubrir el crudo sabor de sentirse vivo. Era un superviviente.
Al día siguiente, casi con talante obsesivo, volvió a vigilar los movimientos de aquel grupo de estrambóticos turistas, contemplaba sus risas, su lenguaje, sus bailes y fiestas en la orilla de la playa. Siempre ocurría así, las excursiones duraban un fin de semana, dos días completos en los que ni cazaba ni comía, concentrado únicamente en espiar las idas y venidas de aquellos molestos visitantes, en aguardar el ansiado momento de su regreso. Aquella segunda noche tampoco fue capaz de dormir en paz, soñó con gráficas y curvas de crecimiento coloreadas según los potenciales, de acuerdo al índice de mercado, local o de área, soñó con parámetros y estadísticas comparativas que reptaban frías sobre su desnuda espalda y, cuando irrumpió el alba en la gruta, él ya estaba montaña arriba oteando las maniobras de la embarcación. Con el sonido de la sirena anunciando el fin del viaje y la hora de la partida, su mirada recobró el destello brillante que lo convertía en un fuera de serie... Entonces podía cazar y dormir, ahora podía escuchar los susurros de la jungla que con tanto mimo le albergaba y, por fin, disfrutar del verdadero silencio del triunfo...
*"Es Una Colección De Cuadernos Con Corazón", © Luis Tamargo.-
http://leetamargo.mybesthost.com/enlajungla.htm
22 comentarios
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
imaginate -
un beso :)
LeeTamargo -
FELICES SUEÑOS: LeeTamargo.-
imaginate -
LeeTamargo -
Viniendo de otra artistaza como tú, me encanta el halago, Comella!
GRACIAS A TI: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
GRACIAS, AMIGA: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
OK, GRACIAS, AMIGA:
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
LeeTamargo -
OK, GRACIAS, AMIGA:
LeeTamargo.-
Comella -
PD. Por cierto chulísimos los botones nuevos de los banners ;) ¡Eres un artísta!
Brisa -
Lyzzie -
Besotes!!
odyseo -
Corazón... -
Muy buen relato, como siempre!
La belleza de la vida no está en las prendas de vestir, ni la mansión en que se vive. Cada uno busca la forma de ser feliz a su manera, unos en el bullicio de la gran ciudad, otros en el silencio lejos de ella, hacer lo que nos gusta y hace felices, es un capricho que no siempre podemos darnos, pero cuándo se presente la oportunidad, no la debemos desaprovechar :)
Felicidades, siempre es un gusto visitarte y disfrutar de tus letras :)
Saludos amigo!
;o)
Magda -
La misma vida nos lleva a veces a encontrar un destino que deseamos pero no imaginamos muchas veces. Y nos lleva por caminos insospechados, como este accidente. Decidir dejar lo construido, lo efímero, para conseguir por fin estar adonde se desea y cómo se desea, sí que es una fortuna. Por algo este personaje eligió la soledad... y es feliz.
Un abrazo, Lee.
Ligus -
Un bonito relato, saludos Lee
white -
Contigo he viajado a diferentes lugares que nunca veré con los ojos que tu me los muestras, estos viajes son con tus ojos y con mis sensaciones. Gracias por llevarme ahora a una isla desierta y mostrarme que el e´xito no depende de que los demás lo consideren como tal, debe estar en nosotros y si lo conseguimos seremos felices.
Un saludito.
LeeTamargo -
GRACIAS, NOS LEEMOS:
LeeTamargo.-
PaquiLou -
y además con la satisfacción de poder codearme contigo, en tiempo real...es una maravilla esto dé linternée...
Un beso andaluz.