UNA COSA ANODINA
Me pareció vislumbrarlo en una de esas veces en que me volví, mientras esperaba. Sí, me estaba mirando... Allí enfrente, erguida, con aquel porte tan distinguido, resultaba elegante, casi atractiva. Me miraba ahora atrevida y desafiante, pero envalentonada, como si su silencio quisiera provocarme... ¿A que no te atreves?
-Díos mío! -pensé-, voy a volverme loco! Justo lo que me hacía falta ahora, otro lío...
Pero ella insistía y por encima del hombro echaba reojos que me iban consiguiendo poner más y más inquieto. Cuando cambió al gesto de indiferencia me fijé en ella con detenimiento, era fina, de perfil recto y sobrio, estaba maciza...
-Díos mío, otra vez! -me asusté al descubrirme pensando en ella, justo cuando de nuevo volvía a girarse hacia mí, esta vez de frente.
De la sala contigua, por fin, salieron dos hombres trajeados. Uno era el Gerente que apenas diez minutos antes me había entrevistado, el otro un director de Recursos Humanos, según me explicó. Era la primera vez que nos presentaban, pero enseguida supe por el ademán que no habría otra. Sin embargo fue el Gerente larguirucho quien habló...
-Después de deliberar sobre su expediente, señor, hemos optado por prescindir de sus servicios...
Seguí escuchando su discurso preelaborado en tono reiterativo y neutro, como el noticiero de las siete de la mañana, pero lo cierto es que ya no atendía sus palabras, casi que adivinaba lo que ya esperaba escuchar. Tan solo me fijé en ella, fría, ausente, con aquella postura distante que ya no dejaba lugar sino a la más anodina indiferencia.
El Gerente continuó, tedioso, su breve monólogo y me incorporé maquinalmente, mientras sonaban sus últimas palabras...
-Ahí tiene la puerta...
Entonces la atravesé, contagiado de aquel descaro con que antes ella me enfrentó y, al pasar a su lado, la miré a sus ojos inertes, de madera vieja. De cerca no parecía tan imponente, pero siempre fui un caballero y, a pesar de la enconada situación, tampoco era el momento idóneo para perder las formas. El Gerente se agarró a su cintura, extenuado por el sermón y, juntos, expectantes, me observaron mientras me alejaba pasillo adelante... Pero ya no miré atrás, estreché el pomo del ascensor al tiempo que con un pícaro guiño susurré...
-...El placer es mío!
Al fondo sonó un portazo seco.
*"Es Una Colección de Cuadernos Con Corazón", (c) Luis Tamargo.-
http://sonrelatos.galeon.com/unacosanodina.htm
16 comentarios
LeeTamargo -
Lina Nouel -
Ciertamente la postura fue muy importante, y se mantuvo y eso es lo que cuenta, y por ende el buen homor para contar este anécdota, pero las últimas palabras entre dientes fueron estupendas... Felicitaciones...
LeeTamargo -
GRACIAS A TI: LeeTamargo.-
Luunna -
Un abrazo Lee siempre encuentro que leer cuando no has posteado
Un abrazo
Luunna
LeeTamargo -
LeeTamargo.-
Corazón... -
Vaya que manera de llevar un relato con un toque de buen humor en un tema tan difícil de aceptar en su momento, pero sí la dignidad hay que mantenerla hasta el final.
Ha sido un placer leerte :)
Saludos!
;o)
LeeTamargo -
GRACIAS A TI: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
TE SALUDO: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
GRACIAS A TI: LeeTamargo.-
LeeTamargo -
OK, GRACIAS: LeeTamargo.-
Unda -
Contado desde el ángulo que lo has hecho "parece" más llevadero aunque igual de cruel que prescindan de tu trabajo. Besos
(no me pareció extraño el coment del anterior post, todo lo contrario ;) )
white -
Saludos
Darilea -
Para nada dejo que su cabeza declinara al contrario
la supo mantener bien erguida.
Un besito.
noemi -
Un abrazo muy grande, Lee..
LeeTamargo -
OK, SALUDOS: LeeTamargo.-
Trini -
Hola Luis, un buen relato, divertido y ameno de leer, claro que para el personaje, la situación nada de divertido tenía.Siempre es doloroso que te den con la puerta en la nariz.
Un abrazo